Analizaba su propia geografía, como quien detecta el tiempo o define la estrategia militar, como quien dibuja un mapa o esgrime el bisturí.
No había historia que no la involucrara pues escribir era contarse a sí misma las causas de los conflictos.
Se escuchaba como aquel que oye un cuento: sin deber ser, sin juicios ni mandatos…
¡Había tantas cosas que decirse! Y es que Fulana tenía mucho que aprender:
-¿Cómo ser una cabeza con mucho corazón?-
-¿Como saber qué es lo importante de la creación?- (la suya propia.)
No tenía idea de dónde comenzar, y a decir verdad, tampoco le gustaba tener ideas. Prefería pensarse como un monito que se mueve en un papel decorado por crayolas.
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